sábado, junio 10, 2006

ALARCON Y LA GUERRA DE AFRICA/ JESUS MENENDEZ

La guerra de Africa en Pedro Antonio de Alarcón
Por Jesús Menéndez Pérez

Durante el reinado de Isabel II , en el periodo que gobernaba la “unión liberal”, se da la paradoja de que no hubo una auténtica política exterior, porque España, sujeta a la Cuádruple Alianza, mantenía su status quo internacional y, a pesar de la deficiente técnica diplomática, las intervenciones militares que se llevaron a cabo dieron una superficial brillantez a la España Isabelina. El término “intervención militar” en este caso concreto lo define el profesor Jover como forma de acción política externa propia de la burguesía moderada que dominó en la Península entre 1843 y 1868, salvo en el bienio progresista.

Las intervenciones militares que tuvieron lugar durante el reinado isabelino fueron: la expedición hispano- francesa a Cochinchina (1857- 63) como respuesta al martirio de unas misioneros españoles y que culminó con la toma de Saigón; la expedición a Méjico (1861- 62) con la oportuna retirada de Prim; la guerra con Perú y Chile (1863-66); la reincorporación durante cuatro años de la República Dominicana a la Corona española (1861-65); y, la que en este caso nos ocupa, la Guerra con Marruecos, que pasará a la historia con el pomposo nombre de Guerra de África.

Una fuerte entrada de capitales atraídos por la construcción de ferrocarriles que posibilitaron la comunicación entre el centro y las provincias, la desamortización llevada a cabo por Madoz, que permitió el aumento de la producción cerealística, así como la aparición de la Banca, fueron factores internos que propiciaron un desarrollo económico y el nacimiento de una nueva oligarquía social. Otros factores externos como la llegada del oro californiano y las exportaciones, con ocasión de la guerra de Crimea colaboraron a este desarrollo que Galdós retrata magistralmente en su novela O’Donnell.

Representante de este sector social fue Cánovas del Castillo que en 1860 publicó unos Apuntes para la Hª de Marruecos
[i] en los que habla de una cierta ley histórica por la que quien domine en una de las orillas del Estrecho de Gibraltar, tarde o temprano dominará también en la otra. “En el Atlas, dice, está nuestra frontera natural, que no en el canal estrecho que junta el Mediterráneo con el Atlántico; es lección de la Antigua Roma”.

Causas y motivos de la intervención

Había un estado de opinión favorable no solo a la intervención militar sino a la anexión del territorio marroquí. En la ciudad de Melilla eran frecuentes los ataques rifeños, por lo que D. Juan Prim, como Capitán General de Granada se trasladó a esa ciudad para estudiar soluciones sobre el terreno.

En Ceuta, se había iniciado la construcción de tres puestos de guardia para asegurar la defensa de la plaza. La noche del 10 al 11 de agosto de 1859, los cabileños de Anyera destruyeron las obras y destrozaron el escudo de España que estaba labrado en uno de los hitos que marcaban la frontera. Al intentar al día siguiente reanudar las obras, algunos obreros fueron asesinados.

Los anyeríes consideraron aquella construcción como una invasión y consolidación en su tierra del dominio español, y temían que el sultán, recluido en Fez, fuera incapaz de defender el Dar-el-Islam ante la presión Europea, que venía a poner en peligro sus formas de vida tradicionales. Imanes y ulemas alertaban contra las presiones del “infiel”. El ataque a las posiciones ceutíes manifestaba su defensa ante la entrada de los europeos. Como escribe Henri Terrase: “el estado de espíritu era favorable a un conflicto con una potencia cristiana”.
.
El gobierno español exigió al de Marruecos la entrega de 12 hombres de la tribu culpable para ser fusilados como castigo a sus actos de violencia; saludo de reparación a la bandera de España por las tropas del Sultán, que deberían formar militarmente ante la frontera; reconstrucción inmediata de las obras demolidas y reconocimiento del derecho español a edificar las fortificaciones que se estimaran necesarias. (Alfonso de la Serna).
[ii]

El Majzen, que rehuía el conflicto, accedió a todo menos a modificar el tratado sobre el derecho español a fortificar la ciudad de Ceuta. El momento era grave para Marruecos: el Sultán agonizaba aquejado de una enfermedad, de la que murió el 29 de agosto del 59. Cánovas lo retrata “afable como el que más de sus antecesores”. Le sucede su hijo Sidi Mohamed, que cuenta con el apoyo de su hermano Muley Abbas. El nuevo Sultán se resistía a entregar a los culpables y, a través de su ministro de negocios extranjeros, El Jetib, solicita al gobierno español un nuevo plazo de veinte días y posteriormente de otros diez.

Fracasadas las tácticas dilatorias y las negociaciones, el 22 de octubre de 1859, el general O´Donnell, Presidente del Consejo de Ministros, declaró la guerra a Marruecos en el Congreso.

¿Verdaderamente fueron éstos motivos suficientes y necesarios para emprender una guerra? La mayoría de los historiadores señalan, para España, otras varias razones no confesadas que pudieron impulsar al Gobierno en esa dirección: distraer al ejército de veleidades políticas y unir a los partidos políticos en una empresa exterior. También para el nuevo Sultán resultaba ventajoso este enfrentamiento: podía atraerse a un sector del pueblo marroquí reacio a su persona y, al mismo tiempo, presentarse como el defensor del Islám frente a los cristianos europeos.
[iii]
Galdós por boca de uno de sus personajes en Ait Tettauen dice refiriéndose al astuto irlandés O´Donnell: “lo que no tiene duda es que el buen señor se acredita con esta guerra de político muy ladino, de los de vista larga, pues levantando el país para la guerra y encendiendo el patriotismo, consigue que todos los españoles, sin faltar uno, piensen una misma cosa y sientan lo mismo, como si un solo corazón existiera para tantos pechos, y con una sola idea se alumbraran todos los caletres”.
Para Fontana la Guerra de África fue una muestra de cinismo y de la habilidad de un político para embarcar a un país en una guerra y entretener a sus militares. Pero también reconoce que esta guerra despertó un gran entusiasmo en el pueblo y, de un modo especial entre los catalanes, en cuya literatura popular ha dejado amplia huella. Si hubo algún escéptico acerca de la guerra no dejó testimonio, por tanto hemos de admitir que el apoyo del pueblo español fue total y entusiasta.

Algunos testigos de esta guerra

El cronista más llamativo de esta guerra fue el escritor Pedro Antonio de Alarcón, que cuando preparaba su marcha a Africa como periodista, se vio contagiado por el entusiasmo que invadía la ciudad de Málaga y sentó plaza como voluntario en el Batallón de Cazadores de Ciudad Rodrigo, pasando así de periodista a ordenanza del General Ros de Olano y luego de O´Donnell, general en jefe. Según su hoja de servicios participó en dos cargas a la bayoneta y en otras acciones militares por las que recibió la Cruz de San Fernando y la de María Isabel Luísa, con sus pensiones correspondientes.

Como contrapunto a los informes de Alarcón, voy a utilizar el testimonio de un cronista anónimo, autor de un manuscrito traducido por el arabista Reginaldo Ruiz Orsatti y publicado en la revista Al-Andalus en 1934 bajo el título: ”La Guerra de Africa de 1859-60 según un marroquí de la época”.
[iv]

Tanto uno como otro opinan acerca de los motivos y causas del conflicto que, para el tetuaní autor del manuscrito, no fue sino “el derribo del muro que destruyeron las gentes de Anyera”, y considera que a estos debían haberles puesto la sanción porque el resultado ha sido que esos, una vez acabada la guerra, son actualmente amigos de los españoles y comercian con ellos, mientras Tetuán sufre el castigo. Para nuestro anónimo marroquí el español ansiaba la guerra y, no pudiendo hacerla con otros países cristianos por su inferioridad, se decantaba por Marruecos aprovechando que la elección del nuevo Sultán no era bien acogida por todos sus súbditos.

Para Alarcón la guerra se justifica por la necesidad expansiva, comercial y religiosa, connatural a la política exterior de la nación española y por el temor de que Francia o Inglaterra, o las dos juntas, nos arrebatasen esa misión providencial a la que estábamos destinados dejándonos bloqueados entre los mares y el Pirineo y privados de todo horizonte en que desenvolver la actividad de nuestro pueblo que no siempre debía estar condenado a destrozarse en guerras civiles. Para el accitano “la Guerra de África era una cuestión nacional para España... y, sobre todo, porque reveló a los demás y devolvió a los españoles la conciencia que casi habían perdido de su ser, de su fuerza, de su independencia”.

Una vez acabada la campaña, y publicadas sus impresiones bajo el título de Diario de un testigo de la Guerra de África, fueron un éxito editorial. Se vendieron 50000 ejemplares en 2 días, y dieron a su autor fama y dinero, dejando en segundo lugar los escritos de Gaspar Núñez de Arce, Víctor Balaguer, los Versos de Campoamor, los escritos de Lafuente Alcántara y el mismo Romancero de la guerra de Africa.
[v]

Otro testimonio excepcional fue el de Federico Engels que, a sugerencia de Carlos Marx, publicó tres artículos de fondo en el “New York Daily Tribune” de enero a marzo de 1860 con el título: “De la guerra mora”
[vi]. Testimonio limitado, sin embargo, a la táctica y estrategia militar en el desarrollo de la campaña, con una visión negativa del ejército español que contrasta con la de los corresponsales extranjeros que ofrecen una visión más positiva para la parte hispana. Los textos de Engels han sido utilizados, generalmente, por los historiadores marroquíes.

Desarrollo de la guerra
[vii]

El plan inicial de O´Donnell de desembarcar en la costa marroquí de Río Martín fue desaconsejado por lo marinos a causa de la falta de navíos y del mar tiempo en esa época del año. Elegida Ceuta como base de operaciones, y ante la insuficiencia de la flota nacional, las tropas hubieron de ser trasladadas en buques franceses, ingleses e italianos, en sucesivas etapas - un contingente de unos 35.000 hombres entre jefes, oficiales y tropa-.

Se producen desde el principio continuas y duras escaramuzas en Sierra Bullones que permiten al ejército bisoño adquirir cohesión y experiencia, pero el mayor contratiempo lo proporcionaron las lluvias y vientos que convertían los campamentos en lodazales. El cólera y otras enfermedades produjeron, sin embargo, más mortandad que los combates.

Se inicia la ofensiva con la marcha del ejército a Río Martín, con el flanco izquierdo protegido por el mar mientras el derecho sufría el hostigamiento continuo de un enemigo apoyado en la ventaja del terreno montañoso, y que también podía atacar de frente. O´Donnell optó por un avance lento que incluía la construcción de una carretera, táctica que Enguels criticó en su momento como anticuada. Los hechos más destacados en este avance fueron la batalla de los Castillejos, de la que me ocuparé más adelante, el paso del Monte Negrón y el aislamiento en el río Smir a consecuencia de los temporales que impedían el aprovisionamiento por mar.

Se ocupa la Aduana de Río Martín tras duros combates en esta zona y en Guad-el-Jelú, y desembarca una división de refuerzo en la que se incluyen los voluntarios catalanes. Éstos adquirirán gran notoriedad como fuerza de choque, al mando de su paisano, el general Prim, conde de Reus, en la batalla de Tetuán, la siguiente plaza tomada. Más adelante y ayudados por la prosa de Alarcón, seguiremos más cerca los avatares de esta batalla.

Tras la toma de Tetuán se inician las negociaciones de paz. Negociaciones que fracasan ante la exigencia de Madrid de convertir a la ciudad en una provincia española y la tajante negativa del Ministro de Exteriores El-Jetib ( ¡Antes que ceder Tetuán, morirán todos los marroquíes! ).Para seguir presionando y, como respuesta a un nuevo ataque de unos cabileños, la escuadra española bombardea Larache y Arcila. Entre continuo hostigamiento, las tropas españolas se dirigen entonces hacia Tanger, y en Wad- Ras, el 23 de marzo, se libra una dura y sangrienta batalla que obliga a Muley Abbas a pedir la paz.

España consiguió por ésta un ligero aumento de las fronteras en sus antiguas plazas de soberanía, un acuerdo comercial preferente y el pago de una indemnización de 100 millones de pesetas, cantidad exorbitante en aquella época. Para asegurar el pago de la misma, quedó en Tetuán un cuerpo de ejército. Las grandes expectativas que habían levantado algunos políticos, que veían ya nuestras fronteras en el Atlas, desilusionaron a la opinión pública que habló de “una guerra grande y una paz chica”.

Alarcón y su Diario
Alarcón fue anotando día a día lo que sucedía ante su vista en Marruecos, quizás por ello denominó Diario a la recopilación de sus escritos publicados pocos meses después de concluida la guerra. Para el autor debía tener extraordinaria importancia cómo se recibiera y se juzgase la información que aportaba en él. Una y otra vez reclama, en el prólogo, su valor testimonial: “Este libro no es la historia de la campaña, sino el diario de un testigo. Yo no soy historiador, sino narrador”. Consciente de la oportunidad de su testimonio personal, pretende que su libro sea de obligada lectura para los historiadores, su mayor ilusión y ambición máxima es que su Diario sea imprescindible fuente histórica de esta guerra.

Menospreciando otros testimonios provenientes de escritores y testigos de la época, españoles y extranjeros, aprovecha cualquier oportunidad para remachar que “este diario es hasta hoy la única historia circunstanciada y completa de la Guerra de Africa y que en todo tiempo tendrán que consultarlo y seguirlo los verdaderos historiadores, máxime si están seguros, como en justicia pretendo que lo estén, de que efectivamente fue redactado en el campamento, bajo la tienda, en el teatro mismo de cada combate, y en ocasiones durante la misma lucha...”

Para salvar el valor testimonial del libro y su futura utilización como fuente histórica, se ve obligado a completar con otros recursos aquellas lagunas que desde su puesto de soldado no podía abarcar. Así añade tres Apéndices: uno para relatar los primeros combates que tuvieron lugar antes de su llegada a Africa, otro para dar la lista nominal de generales, jefes y oficiales del ejército, y un tercero para la lista de bajas producidas. En otras ocasiones recurre a testimonios de terceros para relatar los bombardeos de Arcila y Larache, que no presenció, así como la batalla de Wad-Ras y la firma del armisticio, acontecimientos en los que no estuvo ya presente. La inclusión en el Diario de su Hoja de Servicios tiene como función avalar con su presencia los hechos consignados.

Con este libro, que tuvo un enorme éxito de ventas, Alarcón alcanzó la popularidad que ni su anterior labor periodística ni la publicación de una novela le habían proporcionado. Y es probable que fueran precisamente sus dotes de novelista las que posibilitaran este éxito más que su valor histórico. Su entusiasmo y apoyo a la campaña de África no manifiesta fisuras ni vacilaciones. La ausencia de crítica es total, y ni ante los aspectos más terribles de la guerra está dispuesto a denunciarla.

Una parte del libro es pura retórica sobrada de patriotería, que ya en su momento denunció la Pardo Bazán, y que, si bien en su momento pudo contribuir a su éxito, a la larga es lo que más ha propiciado su rechazo, aunque queden páginas de gran autenticidad que no merecen el olvido. Veamos como celebra la victoria de Tetuán:
“¡ Victoria! ¡Victoria! ¡Dios ha combatido con nosotros! ¡Tetuán será nuestra dentro de algunas horas! ¡Echad las campanas al vuelo!, ¡vestíos de gala! ¡corred a los templos y alzad himnos de gratitud al dios de las misericordias! ¡regocijaos, españoles! ¡pasead en triunfo, por ciudades y aldeas por campos y montañas el pabellón morado de Castilla! ¡Despertad de su sueño eterno a los 11 Alfonsos, a los Sanchos y Fernandos, a Isabel la Católica y a Cisneros, al Cid y a D. Juan de Austria; encomendad al padre Tajo que lleve la fausta nueva a nuestro hermano el Portugal;...!

Mientras en otras ocasiones, las descripciones, coloristas, se ajustan a los hechos. Como cuando la comitiva presidida por O´Donnell va a reunirse con la de Muley Abbas para la conferencia de paz que parece arrancada de una pintura de Lacroix.

El recurrir a la Historia como hemos visto más arriba, también se da en el anónimo tetuaní que parece contestar a Alarcón y que criticando los bombardeos de Arcila y Larache, dice:
“Pero ¿no os habéis dado cuenta de que Tariq conquistó casi toda España con doce mil hombres, ni os habéis enterado de la derrota de Alfonso? (Batalla de Alarcos) ¿Tampoco ha llegado a vuestro conocimento que los cristianos salieron de Constantinopla, en número de seiscientos mil, sin contar los auxiliares, y que Alparslan, el rey turco, dispersó sus huestes y se apoderó del último de ellos, incluso de su rey?”. (Curiosamente no cita a Almanzor).

Alarcón, que en alguna ocasión se difinió como “moro bautizado”, a lo largo de su Diario dejará constancia de ser “admirador y enemigo de los moros”. Hay siempre en él una constante ambigüedad en su visión del marroquí: por un lado su romanticismo orientalizante con su devoción idealizada por los moros, que habían difundido los viajeros románticos, unida también a la herencia literaria española; por otro la realidad del enemigo con el que está en guerra. Así en el Diario son frecuentes las frases laudatorias hacia los adversarios: “...aquellos indómitos luchadores que sabían pelear como acosados jabalíes...” “...destrozando los hombres, cuyos cuerpos vemos volar en pedazos. Todo es inútil ¡nada quebranta hoy el desesperado valor de los agarenos!”. Mientras en otras, sale a relucir el desprecio al enemigo acentuando su cobardía y su crueldad: “Depusieron las armas, prorrumpieron en gritos de terror, dejaban todo su haber y además su honra...nadie les seguía y ellos continuaban su cobarde fuga”. En el primer combate, “el primer sentimiento que me inspiró su vista fue cierto desprecio, considerándolos indignos de medir sus armas con las nuestras, o sea juzgándolos más salvajes y fieros que patriotas, luego cambiaron súbitamente mis ideas, y sentí noble compasión hacia aquellos bárbaros...

.
El anónimo tetuaní en su manuscrito caracteriza a los españoles de la época carentes de sentimientos de piedad y compasión hacia los musulmanes. ”No tienen palabra...Además son gente que desprecia a los pobres... de los soldados españoles no se oye otra cosa que injurias”, “son gente que desprecia a los pobres y trata con respeto a los ricos”.
Alarcón no elude los aspectos crueles de esta guerra que ha pasado a la posteridad como “romántica”
[viii]. El horror del cadáver decapitado del soldado español, con los pies juntos y los brazos abiertos como un crucificado, la descripción de los muertos enemigos: “Allí estaban sus ensangrentados cadáveres; unos colgados por los jaiques de los picos y matorrales de la ladera; otros estrellados contra las peñas del suelo; tendidos sobre la blanca arena, y no pocos dentro del agua, yendo y viniendo de la mar a la orilla a merced del espumoso oleaje. ¿Quiénes eran? ¿quiénes los echarán de menos?”.


Momentos cruciales de la guerra:

Prim y la batalla de los Castillejos.- Uno de los hechos de armas que más se popularizó fue la batalla de los Castillejos, conocida por este nombre por los dos edificios situados, el uno en la ladera cerca de la llanura y el otro en la cima conquistada por Prim al atardecer tras un día de cruentos combates.

Se inició la batalla en una de las continuas escaramuzas desde las montañas con que los marroquíes sometían a las tropas que construían la carretera para el “lento” avance del ejército hacia Tetuán. O´Donnell mandó a Prim que expulsara las partidas. Engels resumirá escuetamente: ”Prim, el hombre más combativo del ejército español, entabló un combate de importancia que terminó con la conquista de la divisoria de la montaña, no sin severas pérdidas. Su vanguardia acampó en la montaña y se hizo fuerte en ella. Las pérdidas españolas de la jornada subieron a 73 muertos y 481 heridos.”

El valor demostrado por el Conde de Reus a lo largo de la campaña tuvo en Alarcón su mejor propagador. Gracias al Diario la fama de Prim salió del ámbito militar para convertirse en un caudillo popular y le ayudó en su futura carrera política. El escritor supo recrear en él un verdadero personaje de novela: “Yo vi a Prim en aquel supremo instante; y en verdad te digo que la actitud del Conde de Reus era sublime. Estaba lívido; sus ojos lanzaban rayos...”

En un momento de la refriega los soldados, que han abandonado sus mochilas para ir más ligeros, empiezan a retroceder ante un segundo ataque. Entonces Prim toma la bandera española y dirige su caballo hacia el enemigo y, volviendo la cabeza, grita a los batallones: “¡Soldados!¡ Vosotros podréis abandonar esas mochilas que son vuestras pero no podéis abandonar esta bandera que es de la patria!. Yo voy a meterme con ella entre las filas enemigas...¿Permitiréis que el estandarte de España caiga en poder de los moros? ¿dejaréis morir solo a vuestro general?”

Alarcón narra el ruido de lo disparos, el griterío, el gesto de Prim volviendo la cabeza mientras galopa...Resulta difícil creer que su arenga fuera oída más allá los que estuvieran cerca. Más que sus palabras, debió resultar definitivo su gesto de cargar contra los marroquíes. La leyenda se impone en ocasiones a la historia.

Pero no sin motivo Engels acusaba a los corresponsales que escribían desde el campamento español de olvidar los secos detalles militares y las disposiciones tácticas a favor de sus cuadros de color y de sus exagerado entusiasmo.



Los voluntarios catalanes.- De esta “romántica guerra” el cliché más conocido es el de Prim y los voluntarios catalanes. Prueba del entusiasmo que levantó en Cataluña esta contienda es que el banco de Barcelona concedió créditos sin cobrar intereses. La burguesía catalana se adelantó a Jules Ferry y al Congreso de Berlín, el mercado marroquí era una buena presa.

Alarcón describe su llegada a Río Martín con todo lujo de detalles de indumentaria: “calzón y chaqueta de pana azul, barretina encarnada, botas amarillas, canana por cinturón, chaleco listado, pañuelo de colores anudado al cuello y manta a la bandolera, acompañados de bellísimas cantineras”...”Con su aire de dureza, atrevimiento y astucia que distingue a la raza catalana, junto a su recia musculatura y ágiles movimientos propios de gente montañesa”. Los mandaba el comandante Sugreñés que murió en combate a las pocas horas de llegar.

Prim se colocó en medio de las 4 compañías de voluntarios arengándolos en catalán:
“Catalanes: bienvenidos al ejército de África que os acoge como camaradas. Estoy persuadido de que sabréis ser dignos de estos heroicos soldados. Dudarlo un solo momento sería no conoceros... si uno sólo de vosotros se portase cobardemente volviendo la espada al enemigo la honra de Cataluña quedaría empañada. Estoy seguro de que no será así... Vuestros gloriosos antepasados vencieron en Palestina, en Grecia y en Constantinopla. Haced lo que ellos hicieron y seréis dignos de este valiente ejército, que os recibe como amigos y conquistaréis un nuevo laurel para la corona que tejieron en otros tiempos las invencibles armas catalanas...Para formar parte de este ejército no basta ser valiente, es preciso ser sufrido...”

F. Hardman que publicó en 1860, en Edimburgo: “La Campaña española en Marruecos”; escribe que: “ las tropas demostraron grandes cualidades de sobriedad y resistencia en condiciones en que un ejército inglés se habría amotinado”.

Al día siguiente, 4 de febrero, se inició la batalla de Tetuán. Aquí la prosa de Alarcón se desborda y los detalles militares y las disposiciones tácticas quedan sepultadas ante la retórica continua que invade el relato.
Los voluntarios catalanes que habían pedido ir en vanguardia vieron cortado su avance por una zanja pantanosa en la que quedaron aprisionadas las primeras filas y “los moros los fusilan sin piedad” ( absurda frase ésta de Alarcón, del enemigo en una batalla se espera que mate). A pesar del fuego intenso al que estaban sometidos, unos cien lograron salvar el pantano, pero dudaban entre el avance o la retirada. Nuevamente Prim salva la situación. Desde la retaguardia, espolea su caballo y colocándose en cabeza les grita en catalán: “¡Adelante catalanes! ¡Acordaos de lo que me habéis prometido!” Duro precio el que pagaron los voluntarios pues la cuarta parte de ellos murió en la refriega. A las once de la noche de ese mismo día los cañones de Tetuán dejaron ya de bombardear al campamento del ejército español, ya victorioso. Los voluntarios catalanes fueron los primeros en penetrar en la ciudad e izaron la bandera española en su Alcazaba. El resto de los soldados los distinguieron desde lejos por sus barretinas.

Los tercios vascongados.- Los tres tercios vascos, cada uno con el nombre de su provincia, y al mando del general Carlos María la Torre, se incorporaron al resto del ejército en Africa con bastante retraso. Se había decidido su envío tras una reunión de la Junta de Guernica, respondiendo a la obligación debida a la reina de España, como señor de Vizcaya.
Alarcón hace una descripción de ellos que parece responder al tópico regionalista más difundido: “Compónense de gente hermosa, alta y robusta, como lo es siempre esta raza privilegiada – del clásico traje de su país sólo han conservado la boina, la cual basta para darles no sé que aire antiguo y romancesco que predispone el ánimo en su favor-...” Pero hubieron de emplear algún tiempo en instruirse militarmente, con lo que sólo llegaron a intervenir en la batalla de Wad-Ras.

Las mujeres en Tetuán

Perico, tal y como llama Galdós a Alarcón en su novela, hace una descripción del Tetuán de 1860, que es una pintura viva aunque hecha, inevitablemente, desde la extrañeza y la incomprensión ante una cultura diferente y desconocida. Pese a sus deseos de confraternizar y de introducirse en la vida marroquí, sus juicios nos parecen en ocasiones superficiales y empañados por su retórico orientalismo. ”Yo quiero ver la población, las costumbres, los trajes, los ritos, las fisonomías de los Moros. Quiero hablarles; ser amigo de ellos; penetrar en el fondo de su alma sorprender el misterio de su extraña vida.”

Alarcón no comprende al otro real ni a su sociedad, insisto que él como otros orientalistas se queda en lo exótico, en la epidermis. Por supuesto que otros, como Lafuente Alcántara, fueron estudiosos de la cultura islámica. El accitano, que había tenido su caída de Damasco como San Pablo, es un católico convencido de la verdad y superioridad de su religión, por tanto la sociedad inspirada en ella también será superior a las demás.
La situación de la mujer tetuaní le hace pensar que “ni las moras ni las judías son responsables de la indignidad de su existencia y de su alma, sino de los legisladores de la raza semítica – a las unas como a las otras se las ha proscrito de los templos y se les ha negado toda personalidad jurídica en la sociedad y en la casa. No son seres, son cosas. Las moras especialmente, están sujetas al régimen de lo inanimado y se las guarda bajo llave, como el oro y las piedras preciosas; o bien son tratadas como bestias, a las cuales no se les exigen votos para que sean fieles sino que se les ponen rejas para que no se escapen.... Al negarles la jerarquía humana al tratarlas como si no tuvieran mas que cuerpo, se las ha relevado implícitamente de tener pudor, fe y constancia y de sacrificar o castigar en cualquier caso sus inclinaciones naturales”. Frente a la mujer cristiana, libre para escoger entre el bien y el mal, la musulmana carece de esa opción.
Viéndola jugar en la playa piensa: “las pobres moras gritaban, bailaban, cantaban y corrían por la orilla del mar agitando sus blancos mantos, como gaviotas que quisieran tender al vuelo y visitar otros horizontes, -¡quizá habían oído hablar de que a la opuesta orilla del Mediterráneo la mujer era mas libre, mas querida y respetada y soñaban con escapar de la tiranía de sus actuales esquivos dueños!..”

El interesante anónimo tetuaní, desde la otra cara de la moneda, cae en los mismos defectos que Alarcón. También para él su religión y cultura es superior a las demás y el retrato que hace de los españoles, nos hace hoy sonreír. Nos presenta “muy aficionados a las diversiones y fiestas”, y se escandaliza de nuestras costumbres: “las mujeres bailan con los hombres con las manos entrelazadas, y, aún cuando sus hermanos o padres las vean hablar o bailar con quien no es pariente próximo de ellas, no se inmutan por tal cosa. Las mujeres españolas van al mercado con la cara descubierta... Y también se les ve al frente de comercios de artículos propios de su sexo”.

En otras ocasiones en las que se limita a narrar lo que ve sin interpretaciones nos da noticias curiosas e interesantes, así nos enteramos de que las monas no pueden ser propiedad de los musulmanes, por lo que estos traspasaban (no las vendían) a los judíos que las llevaban a Gibraltar. El origen de los simios del Peñón resulta, por tanto, ser tetuaní.

Los judíos de Tetuán

Esa fascinación orientalista del autor del Diário se trastoca en desprecio ante los sefarditas, sus páginas resultan, con frecuencia, de un antisemitismo visceral. Extraña que Caro Baroja al hablar de los judíos españoles en el S_XIX no cite este libro ni a su autor. Frente a las muestras de alegría con que los judíos de Tetuán saludan a las tropas españolas apostados en los huecos de sus puertas: “¡Bienvenidos! ¡Viva la Reina de España! ¡ vivan los señores!”, Alarcón parece avergonzarse de estas mujeres flacas y pálidas, medio desnudas de la cintura para arriba (“vicio inveterado de las hebreas”, dice) y de esos “afeminados mancebos” que alardean de hablar español. La natural alegría de oír la lengua fuera del suelo patrio se le eclipsa “al reparar en la vileza de las personas extrañas que la pronuncian”. Comparándolos con la figura de un anciano marroquí de luenga barba, exclama: “Conocí enseguida la profunda diferencia que hay entre raza y raza, ¡cuánta dignidad en el agareno! ¡qué miserable abyección en el israelita!”. Y dirigiéndose a los lectores: “Figuraos venerables cabezas de ancianos israelitas, verdaderas cabezas de patriarcas, llenas de majestad en que no se descubre la vileza de los pensamientos”.

El anónimo tetuaní se queja, sin embargo, del trato de favor que reciben los judíos por parte de los españoles, aunque dice que éstos “tratan de aparentar cariño a los musulmanes y odio a los judíos”. No quisieron sustituir al intérprete judío por otro cristiano y español como se había pedido. Así mismo los acusa de haber hecho fortuna “con sus manejos y ardides con los españoles y a las compras que les hacían de los objetos que éstos robaban”... Los españoles, “comparando los precios excesivos que alcanzaban todos los artículos en España con los módicos de Tetuán, hallaban que era barato todo lo que los judíos les vendían”.

Conversaciones de paz

Tras la toma de Tetuán hay unas primeras conversaciones de paz que fracasan por el empeño español de extender sus dominios hasta aquella ciudad. Fueron peticiones realizadas desde Madrid, compartidas entre otros por Cánovas. Pero Alarcón, es mucho más consciente de lo que se está jugando Marruecos y teme que lo que ha empezado en triunfo pueda acabar en derrota. Encuentra que la situación marroquí es semejante a la del pueblo español ocupado por los franceses, una experiencia que le permite un análisis más lúcido de la historia: “Tanta es la perfidia (¡o tanto el patriotismo!) de los musulmanes, -escribe- qu mataban a todo aquel que salía sólo o en pequeños grupos de Tetuán!” Y añade: “¡porqué debemos confesar que la actitud de los moros ante la invasión española es la misma que adoptamos con la invasión francesa!”

Si en Madrid piensan que la incorporación de Tetuán a la Corona española permitirá que miles de españoles ocupen ese territorio, para Alarcón que está viviendo la aventura, que ha asistido a las reuniones de paz, que conoce la situación de primera mano, es evidente que la resistencia de los marroquíes hará imposible la empresa: “¿Qué sucederá, pues, cuando quede aquí una exigua guarnición y salgan nuestros futuros colonos a cultivar esos hermosos campos, nuestros futuros pastores a llevar sus ganados por esas sierras, y nuestros futuros arrieros a trabajar por esos caminos?...”

No en balde el gobernador del Rif dirigiéndose al general Ríos le señaló: “ moro estar en su casa, y España en la ajena. La guerra costar a España mucho dinero...,mucho dinero... y el dinero tener fin, como la vida y todo lo del mundo, lo que no tener fin es los moros: morir unos y venir otros, muchos moros, muchos, muchos...” Alarcón no deja de asombrarse de que “un salvaje” discurra tan sabiamente y recoge el comentario de otro de los asistentes españoles: ”¡Todo esto se los han enseñado los ingleses!

En realidad las autoridades marroquíes estaban al tanto de las trabas que Inglaterra había puesta a la declaración de guerra por parte de los españoles y su negativa a cualquier anexión territorial, en especial la de Tánger.

Alarcón entiende que su presencia en el ejército ya no es necesaria, el combate es ahora político y el campo de batalla está en Madrid. Como periodista, ya famoso, y al igual que hicieron Núñez de Arce y Navarro Rodrigo, y una vez obtenido el permiso de O´Donnell y su licencia del ejército, abandona Marruecos (22 de marzo de 1860) para poder influir en la opinión pública.
Como escribe Edmund Burke, la guerra con España marcó una línea divisoria en la Historia de Marruecos. Haber sido vencida por una potencia media hirió la conciencia del país que vio la necesidad de acometer reformas para ponerse al día. Según han demostrado Jean Louis Miège y Germain Ayache,
[ix] la indemnización que tuvo que pagar Marruecos a España hundió su economía y el pueblo tuvo que sufrir una fuerte subida de los impuestos que provocaron enormes desequilibrios sociales y quebrantó el edificio del reino permitiendo la entrada a los europeos y la futura implantación del Protectorado. No es pues de extrañar ese sentimiento de amor- odio que aparece con frecuencia en los marroquíes en su relación con los españoles.
Se ha dicho que la Guerra de Africa sirvió para descubrir a un escritor, Alarcón; un pintor, Fortuny; y un soldado, Prim. Entre los romances que circularon por España, hay uno que dice así:

Del día seis de febrero
Nos tenemos que acordar
Que entraron los españoles
En la Plaza de Tetuán

La plaza de Tánger
la van a tomar,
también han tomado
la de Tetuán.

Centinela, centinela
centinela del serrallo,
Alerta, alerta, que vienen
los moritos a caballo.

En la plaza de Tetuán
hay un caballo de caña,
cuando el caballo relinche,
entrará el moro en España.


A la vuelta de la Guerra, el ejército expedicionario plantó su campamento en el norte de Madrid lugar que empezó a conocerse como Tetuán de las Victorias. Curiosamente como si fuera venganza de la historia, el actual barrio de Tetuán ha perdido el apellido de las Victorias y está siendo ocupado pacíficamente por magrebíes, algunos de ellos podrían ser descendientes de aquellos combatientes que nos pintó Perico.

NotasMe he limitado a citar parte de la bibliografía utili
[i] Editado por Algazara, Málaga, 1991, ed. Faccsímil.
[ii] Al sur de Tarifa. Marruecos-España, un malentendido histórico. Madrid. Marcial Pons, 2001. El autor, antiguo Embajador de España en Rabat, ha escrito un sugestivo y documentado estudio sobre el proceso histórico de Marruecos, imprescindible lectura en esta tema.
[iii] Xej Ahamed Jaled En-Nasiri Es-Salaui, Guerra de Africa (años 1859-60) Traducida y anotada por Clemente Cerdeira. Biblioteca Hispano-Marroquí. Madrid. 1917. El historiador marroquí considera que el Sultán mal aconsejado por el “cherif” de Uazzan se inclinó por la guerra contra España.
[iv] Al-Ándalus. Madrid 1934. Vol. 2, págs.57-87.
[v] La primera edición se publicó con grabados de Charles Iriarte. Al mismo tiempo que en
España, es decir, en 1860 se publicaba en Buenos Aires y al siguiente en Méjico. En 1943 Ribadeneyra publicó la XI edición. Recientemente la Biblioteca de la Cultura Andaluza ha editado en dos tomos Paginas de un testigo de la guerra de Africa que, como el título indica, es una edición expurgada, de la que han desaparecido personajes como Santiago, el comerciante español de Tetuán, “el Chorby, poeta e historiador, y hechos tan interesantes como la llegada de los voluntarios catalanes, la arenga de Prim, la descripción de los tercios vascongados, la primera misa en Tetuán en una mezquita...
[vi] Incluídos en Revolución en España de C. Marx y F. Engels. Ariel Barcelona 1960.
[vii] Carmelo Medrano Ezquerra, Aspecto militar de la guerra de Africa. Archivos del Ins. de Est. Africanos, año XIV, nº54 especial, junto con otros artículos dedicados a este tema.
[viii] Tomás García Figueras, Recuerdos centenarios de una guerra romántica. La guerra de Africa de nuestros abuelos 1859-60. Madrid. Inst. de Est. Africanos. C.S.I.C. Recoge una amplísima bibliografía y documentación que hacen indispensable su consulta. El autor militar del cuerpo de Artillería, ocupó altos cargos en la Alta Comisaría de España en Marruecos, lo que condiciona su juicio en su obra.

[ix]
Germain Ayeche, Etudes d’histoire marocaine. Rabat. SMER 1979.Aspects de la crise financière au Maroc après l’expedition espagnole de 1860. P. 97-138. Hay varias ediciones de este fundamental artículo, dos de ellas en lengua árabe.
Jean-Louis Miège, Expansión europeas y descolonización. Barcelona .Edit. Labor.1980.

No hay comentarios: